Barbisio, el sombrero de Enrique Pulupa
A diario miramos objetos que nos traen recuerdos de tiempos pasados, que nos llevan a los instantes que los vimos por primera vez o un déjà vu se cruza por tu mente. La historia de un sombrero puede ir más allá de quien lo confeccionó o quien lo uso, puede tener una carga sentimental que ayude a canalizar emociones.
Los datos de cuándo, dónde y por qué adquirió el sombrero mi padre no tengo, sin duda es una historia incompleta, he tratado de buscar información en mis recuerdos, le he dado todas las vueltas posibles, pero sigo sin encontrar razón. Lo que, si estoy seguro, es uno de aquellos sombreros que como se dice en la jerga popular “le dio palo”.
En el 2020, su último viaje a Ecuador, mi papá trajo el sombrero con la intención de mandarlo a arreglar, como les comento el sombrero ya tenía sus años, estaba desgastado y sucio. Mi papá lo usaba todo el tiempo ya sea para ir a una fiesta o arreglar su jardín. Días antes de volver a España él y mi mamá se fueron a Otavalo para dejar el sombrero en un sitio donde le den horma.
Ya en Otavalo, las causalidades de vida les hicieron encontrar con una amiga de años, Rosita Saransing. El tiempo a mis papás se les fue y cuando llegaron al sitio de reparación de sombreros se encontraron que el lugar estaba cerrado, ellos ya tenían que volver a Llano Grande así que le rogaron a Rosita que les ayude dejando en otro sitio, ella con mucho gusto acepto el encargo.
Cuando mi papá falleció, recibí muchos mensajes de condolencias y uno de ellos era de Rosita, en su mensaje me comentaba lo mucho que sentía la pérdida de mi padre y que él siempre nos va a acompañar espiritualmente, la otra parte del mensaje me hablaba del sombrero que hasta ese momento yo me enteraba que estaba en Ecuador “Por cierto le comento, su papi me encargo un sombrero para que le dé arreglado y me dijo que llevará cuando yo me vaya a España, pero ahora a usted le toca quedarse con él y ponerse también, ahora mismo está arreglándose en 15 días va a estar listo, pero ahora con esta situación de virus no podemos salir”.
En plena pandemia y con todas las emociones a flor de piel deje que ese mensaje se quede ahí, esperando el momento de releerlo nuevamente. No fue hasta el 27 de junio de este año que de pronto me acorde del sombrero, le comenté a Lili y sin pensarlo nos fuimos a Otavalo. Al viaje nos acompañó mi abuelita Juana y mi prima Betty. Antes de partir a Otavalo le llamé a Rosita, tuve la suerte que me contestó por Messenger, en la conversación con ella me comentó que no recuerda el nombre del propietario de la tienda, pero me envío los detalles de donde estaba el local.
Para no ir a ciegas y perdernos en el encuentro del sombrero le localicé a un amigo de años de mi papá, don Alfonsito Yacelga, primero fuimos a su casa, la nostalgia se hizo presente en ese momento, mi papá y don Alfonsito se consideraban mutuamente mejores amigos, recordé las veces que los vi conversando, bailando, tomando. Recordé algo que me dijo mi papá en su momento, en la sabiduría de nuestros abuelos se dice que antes de partir al uku pacha recorremos todos los sitios que en vida visitamos, estoy seguro de que Otavalo fue un hogar para mi papá y lo recorrio con cariño.
En la sabiduría de nuestros abuelos se dice que antes de partir al uku pacha recorremos todos los sitios que en vida visitamos.
Para la búsqueda del sombrero solo teníamos unas referencias, así que don Alfonsito pensó en dos sitios que dadas las indicaciones podían estar. Las referencias eran: Ciudadela Imbaya y el Banco Internacional. Mientras nos trasladábamos a los sitios Rosita me volvió a escribir para darme un nombre, María Sosa, ella era la dueña del local, Así que don Alfonsito nos llevó al local de dicha señora.
Al ser domingo el local estaba cerrado, no caímos en pánico porque Rosita nos dijo que la casa también es ahí. Tocamos el timbre varias veces hasta que salió una mujer, era la inquilina de doña María Sosa. Ella no estaba en casa, la inquilina trató de ubicarla por teléfono, pero no tuvo respuesta. Le pedí el número para intentar comunicarme con ella más tarde. Don Alfonsito nos acompañó hasta ese trayecto, nos despedimos y fuimos a dar una vuelta a la Plaza de Ponchos.
En la Plaza de Ponchos mi abuelita estaba en la búsqueda de un saco de lana, así que mientras hacíamos tiempo también buscábamos un saco para ella. Había pasado una media hora desde que visitamos el local de doña María Sosa, así que volví a marcar, ella respondió y le comenté que estaba buscando un sombrero, — en 5 minutos estoy en el local, me estoy regresando por usted. — Al colgar la llamada me sentí aliviado la búsqueda del sombrero estaba llegando a su fin.
Cuando regresamos al local vimos que estaba abierto y había gente adentro, me estacioné aún lado del local, en ese instante empezó a caer una ligera llovizna, así que opté por ir solo a ver el sombrero. Ella acabó de atender a otros clientes y al mirarme me pregunto si yo era la persona que le llamo, yo asistí con la cabeza. — Solo por usted me regresé, me estaba yendo a Ibarra. — agradecí mucho ese gesto, no todos hacen eso.
— ¿Cuándo dejo el sombrero? — me preguntó. Le conté que otra persona había dejado a su nombre en marzo de 2020. La señora se puso seria y comento — ¡Del año pasado! Esos sombreros ya no hay, no ve que en plena pandemia nos tocó cerrar el local y todos los sombreros se echaron a perder, les entro moho. Todos esos sombreros tuvimos que botar, y nosotros solo esperamos 15 días para que los dueños vengan a retirar. Un viento gélido recorrió mi cuerpo en ese momento, quería recuperar el sombrero, pero había llegado tarde, muy tarde.
— ¿A nombre de quién dice que está el sombrero? — me volvió a preguntar. — Rosita Saransig le respondí. — ¿Qué color de sombrero era? Me quede en blanco porque no sabía ese detalle, rápido le volví a llamar Rosita, ella tampoco se acordaba, llame a mi mami, pero no me contestaba, comencé a llamar a mis hermanas y nada, la suerte se había acabado en ese instante.
Seguí en blanco, y volví en sí hasta que doña María me volvió a preguntar el color del sombrero, le contesté que no sabía, intenté llamar a mis familiares para que me den ese dato, pero fue inútil. Doña María me miro y me dijo que tiene que irse que no puede atenderme más. Le agradecí por haber regresado, le conté que había viajado hasta Otavalo porque el sombrero era de mi papá que falleció el año pasado y no pude venir a buscar antes por la pandemia. Doña María fue a la bodega nuevamente.
Al salir de la bodega llevaba en mano un sombrero, a lo lejos no podía distinguir el color, hasta que se acercó con él. — Este sombrero azul es el único que tenemos del año pasado y no le entro moho — comentó mientras ponía en sombrero en el mostrador. — ¿Este es el sombrero de su papá? — pregunto con voz tenue. Me quedé mirando el sombrero en silencio, hice una retrospectiva recordando todas las veces que vi puesto ese sombrero a mi papá.
— ¡Póngase! — me dijo doña María. Lo cogí con recelo, no estaba seguro si era el sombrero de él. Cuando lo sostuve en mi mano creo que vi el rostro de mi papá. Me puse y giré al espejo — Este es propio sombrero de Otavaleño — comentó doña María. — ¡Barbisio es! — dijeron a la vez doña María y su esposo. Aquí debo hacer una pausa al relato para contarles que mi papá no es del pueblo Otavalo sino Kitu Kara, pero eso ya es otra historia, seguimos. Al escuchar Barbisio me saque el sombrero y lo gire. Se me vino a la mente un recuerdo, mi papá tenía un sombrero azul, en la parte interna un protector de tela negra desgastada con el nombre Barbisio. Al girar el sombrero, vi la misma tela desgastada de mis recuerdos, me quedé mirando varias veces. Una voz interna me gritaba que ese era el sombrero, sin embargo, yo no estaba seguro.
Intenté llamar a mi mamá nuevamente y no tuve respuesta. En ese momento había solo dos cosas por hacer dejar el sombrero o llevármelo. Me volví a probar el sombrero y volvieron las voces a decir que ese es el sombrero, pero seguía sin estar seguro. — ¡Llévese! ese es el sombrero de su papá. — Me dijo doña María mirándome a los ojos con voz tenue. Me quede en silencio y le regrese a ver a doña María, y le agradecí. Cancelé el saldo pendiente y salí del local, al llegar al auto mi mamá llamó, enseguida entre al auto y le pregunté de qué color y marca era el sombrero de mi papá. — Azul Barbisio — dijo ella. — Ese sombrero es de mijo. Yo me acuerdo verle puesto — dijo mi abuelita al mirar el sombrero.
Esta es la historia de cómo llego el sombrero a mi vida, estoy seguro que es el sombrero de mi papá. Esta historia le contaré a mi hijo Mayu, (él fue parte de los tripulantes del viaje y búsqueda del sombrero, pero a sus tres años es muy probable que no lo recuerde), y a mis nietos en su momento. Sé que el sombrero va a estar conmigo por mucho tiempo y luego va a tener un nuevo dueño, por lo pronto el sombrero ya está en casa esperando a ser usado y tener nuevas aventuras.
Posdata: El día de hoy, 7 de junio mi padre estaría de natalicio y por ello también nace la historia.